viernes, noviembre 28, 2014

La celebración interminable


Lo dice el pibe que todavía no llegó a los 18: “Déjame llorar. Déjame ... Somos campeones, carajo”. Y el padre, que tiene 40 que parecen menos, lo mira con el mismo llanto. Se abrazan. Y en ese instante, en ese precioso abrazo, una historia sucede. La de ellos, que son dos y que son Quemeros. La de ellos, que son dos y que también son todos los demás que los rodean bajo el cielo de los Barrios del Sur. La escena acontece frente a la Sede de la Avenida Caseros. Justo ahí, en ese territorio de Parque de los Patricios en el que el mundo es lo que todos ellos dicen. Sí, el mundo es Huracán. Al menos hoy, ahora. Mágico instante de desahogo.

La fiesta de Huracán campeón de la Copa Argentina desafía al tiempo. Dura. Dura hasta nadie sabe cuándo. Empieza en San Juan, ahí donde la noche se viste de revancha y de gloria y de grito. Sí, ahí, en la tierra de Aldo Cantoni -épico presidente de los años viente, cuando Huracán fue el más campeón del Río de la Plata- y de aquel dolor de 2007, en la final por el regreso, cuando un tal Daniel Giménez disparó un despojo. Y continúa en ese vestuario en el que Marcos Díaz -enorme arquero, perfecto superhéroe- se queda sin voz por decir una palabra que todos repiten en cada rincón en el que un corazón Quemero late: “Campeón”. Sí, San Marcos, grita lo que todos gritan. Esta consagración de los postergados, de los que perdían todas las finales, de los rotos, de los lastimados sin cura posible.

Pero no. Esta vez no. “Esta vez no, carajo”, dice el pibe sobre la calle Caseros, justo frente a la estatua de Ringo Bonavena. Y en su llanto feliz y en su cara feliz y en su sonrisa la celebración sucede. Una chica que es apenas más grande que él se le ríe, cómplice: “Te falta una Estrella en la camiseta. Tenés once”, le dice. Y él -dueño del momento, dueño de todo por un rato que durará para siempre- se relaja sabiendo que esa frase es la mejor de todas las bromas que en su vida Quemera escuchó. Se conocen. Ellos dos ofrecen la imagen. Pibes de barrio, de ahí, de La Quema, se abrazan. El momento dura casi nada. Pero es mentira: los dos -todos-sa ben que dura para siempre.

Todos esperan al plantel en ese Sur del que nunca se fueron. El paro nacional de transporte impide el contacto. Pero no tanto: allá, en Cuyo, muchos siguen festejando. Acá, en Buenos Aires, gritan las mismas canciones sin miedo a la disfonía.

Las calles de Parque de los Patricios cuentan una verdad postergada. Ahí, en cada esquina, los desconocidos se miran y sonríen como si se conocieran de toda la vida. También están los que frecuentan los bares de siempre: ahí también el encanto sucede. En Caseros y Trole, justo en la frontera con los vecinos de San Lorenzo, una frase breve se hace enorme: “De verdad, te lo digo de verdad: quiero que hoy, que este día dure para siempre”. Mientras esas palabras se escuchan, en Cuyo, un puñado de jugadores se miran, contentos. Ellos, los invictos de la Copa, tienen el trofeo entre sus manos y la gloria enroscada en el cuerpo. Por un rato, unos y otros -los de adentro y los de siempre- parecen abrazados. En breve se van a encontrar. Mientras tanto, la fiesta interminable sigue latiendo...

Texto publicado por el Fundador del Blog en Clarín.