sábado, febrero 27, 2016

Huracán vive


Huracán 1-San Lorenzo 1
No quedaba nada para ese Huracán que parecía roto, deshecho, golpeado. Otra vez, el dolor. Al accidente que rozó la tragedia, a los lesionados por largo rato, a la derrota contra Atlético Nacional se sumaba -a esa altura- el tropiezo que lastima más que ningún otro. Ganaba San Lorenzo en un partido vacío de brillos. Pero de repente sucedió un destello en la oscuridad de esos segundos de agonía: Alejandro Romero Gamarra apareció por la izquierda, tiró un centro largo, al segundo palo, pasado. Allí estaba el socio de Kaku en la Séptima campeona del Latinoamericano, Cristian Espinoza, quien la tiró de nuevo hacia adentro. Y ahí, en el área chica, abajo del arco, estaba él, Ramón Abila, el Wanchope de La Quema. No dudó ni un suspiro, pateó apenas mordido y puso el 1-1, ese empate que ofrecía el más importante de los mensajes: Huracán vive. 

Se gritó en cada rincón del Palacio Ducó. En La Bonavena, en la Alcorta, en la Miravé. El desahogo fue el invitado final al Clásico de Barrio más grande del mundo. Los diez jugadores que le quedaban a Huracán en el campo de juego se abrazaron y celebraron como se celebran los goles importantes. No se trató de una victoria como la del clásico anterior, esa que dejó al rival de siempre sin la punta del torneo. Fue otra cosa: un empate que sirve como impulso para el arduo recorrido que se avecina. Como demostración hacia adentro y hacia afuera.

De inmediato, apenas San Lorenzo movió desde el centro del campo, llegó el final. Y con él, los abrazos compartidos de los jugadores y la continuidad imaginaria de ese abrazo con los hinchas. También, una dedicatoria: en el palco, estaban los dos más afectados por el accidente en Venezuela, Patricio Toranzo y Diego Mendoza. Y para ellos también fue ese desenlace que invitó a la disfonía de uno o de varios días. Pato -emblema de La Quema y superhéroe del último duelo- le puso palabras a ese desenlace: “Celebro la grandeza de mis compañeros. El gol se festeja porque sirvió para demostrar que este grupo pelea siempre hasta el final, que se hace fuerte ante la adversidad”.

En la explicación del 18 de Huracán -ese número que algunos socios pretenden ahora retirar- habita una de las razones que le permitieron al equipo de Eduardo Domínguez acceder al empate: a pesar de jugar con diez, lo metió a San Lorenzo muy cerca del área de Sebastián Torrico. Allí, en el único lugar donde podía llegar a empatar. Y con esa constancia, con esa fe sin quebrantos, llegó al grito imprescindible. A pesar de sus limitaciones, de que sus individualidades no exhiben el nivel que permitió sumar dos títulos en cinco meses y llegar a la final de la Sudamericana. Pero incluso con harapos este equipo sostiene su impronta guerrera. Y así va. Así sigue. A pesar de todo.

Texto publicado por el Fundador del Blog, en Clarín.