martes, febrero 23, 2016

Volver...


No es un partido más. No podría serlo. La tragedia golpeó a la puerta hace demasiado poco. Lastimó a esos jugadores que viajaban en el micro de regreso de Caracas. Pero también a toda esta gente que ahora camina rumbo al Palacio Ducó, peregrinos de una fe inquebrantable. Se percibe en las calles de los Barrios del Sur, en este Parque de los Patricios que es orgullo y espacio de pertenencia de cada quemero. Huracán vuelve a jugar dos semanas después de aquella clasificación con agonía, cuando parecía roto, vencido. Y de ese accidente que casi los mata. Detrás del regreso hay una sensación que se cuenta por los rincones, en la sede frente al Parque y en la estación Caseros del Subte H; en los bares y en las redes sociales: este partido frente a Atlético Nacional, por el grupo 4 de la Copa Libertadores, resulta un modo de volver a nacer. Más allá del desenlace.

Ahí están ellos, los que le ponen contorno a un cuadro que ofrece una emoción: los jugadores que se abrazaron a un milagro para salvar sus vidas ahora irán tras los pasos de otro, el de volver a asombrar en el ámbito internacional. Como el año pasado, cuando quedaron a menos de un suspiro y un par de penales malditos de ganar la Sudamericana. Ahora buscan otro final feliz: como en aquellos encantos no tan lejanos, los dos de los títulos en cinco meses (la Copa Argentina 2014 y la Supercopa, el año pasado). Y buscarán ese objetivo con la impronta guerrera que este plantel viene forjando desde aquellos días complicados de la B Nacional.

Confían todos. Los de adentro y los de afuera. Están los socios que proponen retirar el número 18 de las camisetas, un homenaje al Pato Toranzo, ya emblema para siempre. Fue el más afectado en el accidente en Venezuela y el autor de la frase que late adentro de los que ahora gritan en la Bonavena: "Perdí parte de los dedos, pero perdería más cosas por este club". Está Diego Mendoza -el autor del gol decisivo en Caracas, el otro gran averiado luego- quien le pone humor y sonrisas a la situación traumática. El que dice convencido: "Esto nos hará más fuertes". También está Marcos Díaz -figura superhéroe de finales y partidos decisivos- quien sostiene: "Somos especialistas en reconstrucciones". En eso andan, otra vez.

Se miran en la Alcorta y en la Miravé los viejos plateístas, ya vitalicios de los mismos asientos. Y comentan esta ocasión distinta: no tiene comparación, coinciden. No se trata de un gol de Stàbile o de Masantonio ni de una gambeta de René ni de un caño de Pastore. "Esto es otra cosa: un mensaje de El de Arriba...", dice el más entusiasmado de los entusiasmados. De algún modo, una resurrección asistida por el Duende, al decir de Horacio Ferrer.

Al cabo, la gente rinde un tributo que excede al resultado. Ovaciona, grita, aplaude. Y ofrece también otra cosa: incondicionalidad. De algún modo, ellos se sienten ahora que son las piezas que al equipo le recortó el accidente. Y mientras los lesionados no estén, el respaldo llegará desde los costados. Como esta vez, bajo el cielo del Ducó. Como esta noche que no tendrá olvido.