Ya no queda casi nadie -o nadie- que pueda contar las maravillas de los años veinte, cuando Huracán fue -junto a Boca- el más campeón de ese fútbol rioplatense que dominaba en el mundo. Tampoco son muchos los que hace 70 años, en el ya desaparecido Gasómetro, celebraron el 4-2 ante los Xeneizes en la final de la Competencia Británica, la última celebración copera. No, todos los que ahora le agradecen a Marcos Díaz y compañía son nuevos en el rubro. Ellos, los dueños de La Estrella Doce, saben lo que es sufrir tropiezos y despojos. Lo aprendieron golpe tras golpe. En esta misma San Juan de resurrección, en Liniers, en La Plata... La gloria a todos ellos se la habían contado. Y de tantos traspiés hasta creyeron que eran mentiras de abuelos o de padres con buenas intenciones. Pero no, nada de eso. Lo que ahora sucede es aquello: son campeones como les contaron. Sí, campeones. Sí, campeones. La Copa Argentina, el torneo más numeroso de la historia, les pertenece. Es de ellos. Y es para siempre.
No hay casualidad en las lágrimas. Cuentan una revancha. De años. De vida. La vuelta olímpica tiene magia: cura las heridas con ese desahogo que se hace grito. El desconocido, de repente, se transforma en un amigo de toda la vida. No es azar: cuando se miran entre ellos saben de qué se trata este festejo de los postergados. Los vencidos esta vez son vencedores. Sí, hoy, ahora, la gloria tiene colores. Los de ellos. Los de su Globo. Los de su Huracán.
Texto publicado por el fundador del Blog, en Clarín.
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