miércoles, febrero 10, 2016

Ese grito, ese abrazo


Parecía deshecho Huracán. Había jugado mal durante casi todo el partido. No lucía entero para ir a buscar. Lo que no le había salido en casi 180 minutos (contando ese otro flojo desempeño contra Atlético Rafaela, el viernes en el Palacio Ducó) debía ir a buscarlo en esos escasos cuatro minutos de descuento brindados por el árbitro paraguayo Enrique Cáceres. Fue como podía, a tirar los últimos golpes, como un boxeador averiado, más cerca de la lona que del tardío milagro del nocaut. Pero entonces, Patricio Toranzo volvió a ser el Pato de La Quema -el de los goles memorables a San Lorenzo, el que regresó para ser campeón- y pensó una jugada y metió un pase impecable para Ezequiel Miralles, sobre la derecha. El delantero hizo lo que nadie de Huracán en todo el partido: tiró un centro preciso con destinatario claro. Y en el segundo palo apareció Diego Mendoza, ese delantero grandote que jugaba en Estudiantes y que Eduardo Domínguez pidió especialmente como alternativa de Wanchope Abila. Puso la cabeza para la clasificación de Huracán. Para matar esa angustia de la que el equipo parecía preso. 

El desenlace feliz llegó luego de la apuesta que hizo el entrenador: ya jugado, ya con el 0-2 para el Caracas como certeza de la eliminación prematura: faltando siete minutos entró Mendoza; restando tres apareció en escena Ezequiel Miralles. Ellos dos, al cabo, con muy poco tiempo juntos en el campo de juego, le entregaron el pasaporte sellado a Huracán para que siga en esta Libertadores,, para que el grito -ese desahogo inesperado, tardío, final- se escuche desde Parque de los Patricios hasta Venezuela.

Texto publicado por el Fundador del Blog en Clarín.